Cecilia Álvarez Menéndez cuenta con una explotación desde hace más de 20 años en La Espina, Salas. Actualmente tiene 106 vacas de raza Frisona, entre madres y recría. Siempre lo tuvo claro, la ganadería sería su medio de vida.

Lo tenía muy claro. “O me dedicaba a esto o me dedicaba a esto”. Cecilia Álvarez Menéndez es ganadera por vocación. El gusto por la vaquería no es algo que se aprenda, es un oficio sacrificado y poco valorado. Viene en la sangre, se nace con ello, se hereda. Es mucho más que un trabajo, es una forma de vida.

Esta profesión es dura, poco comprendida y que más sinsabores da a quien la desarrolla. Dura porque es los 365 días del año, las vacas no entienden ni de domingos ni festivos, se dedican casi en exclusiva a las labores requeridas en las explotaciones. Menos comprendidas, porque hay un sentimiento no generalizado, pero sí importante, de que la gente del campo vive de las subvenciones. Y sinsabores, porque no hay una regla de tres que te diga que invirtiendo todo tu tiempo y todo tu capital consigas lo que quieras. Todo lo contrario, hay una serie de circunstancias que hacen del profesional del sector primario un ser siempre expuesto a vicisitudes ajenas a él, como las condiciones climatológicas o las enfermedades en animales.

Sin embargo, y conocedora del terreno, Cecilia no lo dudó: unió dos explotaciones, la de sus suegros, de Brañalonga, municipio de Tineo, que tras jubilarse “me quedé con su CEA” y luego, más tarde “con el de mis padres. Junté las dos ganaderías”, en La Espina.

La tradición familiar, “tener siempre vacas en casa”, estar familiarizada en ese ámbito, le hizo tomar el mando en 1996, cuando se incorporó a la actividad. Las principales inversiones las realizó en 1999 y 2006, cuando levantó dos naves para albergar el ganado. “Empecé con gran ilusión, pero el futuro no sé cómo lo veo”. Y es que, según nos explica Cecilia, “el precio de la leche no sube nada y los gastos sí”.

Es verdad que en su sector hay muchos más hombres que mujeres, o al menos de forma más visible, “pero tengo que decir que nunca he sentido que se me tratara de forma diferente por el hecho de ser mujer”. Si bien es cierto que las nuevas generaciones, mujeres jóvenes, han irrumpido con fuerza en el sector, sin miedo a innovar ni a compartir experiencias para crecer y con muchas ganas de visibilizar el papel de la mujer rural en Asturias, son mujeres como Cecilia, “que no se me pone nada por delante”, las que les han abierto, profesionalizado y dignificado, el camino. Ella siega, ensila o riega, entre demás labores. “Tenemos mucho terreno alquilado para no tener que comprar nada, o lo mínimo”. Como anécdota, recuerda que “el día antes de dar a luz estaba a la hierba”. Estamos ante la encrucijada de la conciliación femenina, hoy más clamada pero antes inexistente. “Mi hijo siempre iba conmigo”, aunque reconoce que “era muy bueno, me lo puso fácil”.

De hecho, salvo actualmente que por circunstancias laborales su marido la ayuda en la granja, y también tiene el apoyo de un empleado, fue ella quien se ocupó y se ocupa de la gran mayoría de las labores que envuelven la Ganadería Cecilia, aunque admite que sin la ayuda de sus suegros y de sus padres no hubiera sido posible.

Cuenta con 106 animales  de raza Frisona, entre madres y recría, divididas es dos naves, en una las lecheras, “y algo de recría”, y en otro las novillas. “Las vacas siempre están en la cuadra. Salen en verano a pasto pero todo el inviernos lo pasan encuadradas”. Tiene una producción media de 30 litros por cabeza y día, con “cuatro y pico de grasa y 3,25 de proteína”, que comercializa a través de Central Lechera Asturiana. El sistema de ordeño es de boxes individuales de 3 por 3; “están en continuo movimiento todo el día”.

En cuanto a la genética, “siempre intentamos mejorar las patas y el sistema mamario”.