Ellas se han abierto un hueco en espacios, todavía, ocupados en su mayoría por hombres; a algunas les costó más, a otras menos, pero el perfil de cada una de ellas coincide en dos rasgos. Dos señas de la lucha a la que se tuvieron que enfrentar quizá no tanto en generaciones recientes pero sí en las de sus antepasadas. Su visibilidad además de su labor en el sector primario, especialmente en la ganadería, es una reivindicación y rememoración a la de sus madres, abuelas o tías, que siempre veladas, postergadas tras el hombre se ocupaban del ganado, la casa, la economía doméstica, la burocracia, la familia y de las tierras. Ellas nunca dudaron de que podían hacerlo y nunca han entendido que nadie pudiese dudar.

Y es que, tras contar en nuestra hemeroteca con más de un centenar de historias femeninas, de emprendedoras jóvenes hasta nonagenarias que pasaron el testigo aún en la sombra, que ponen en primera línea su liderazgo; un talento emprendedor clave para el desarrollo económico y social de los entornos que habitan, está más que discernido que la capacidad nada tiene que ver con el sexo. Pero sí con tesón, valentía, sacrificio y, sin duda con tradición fruto de la herencia familiar.

“Al principio fue duro. Con el niño pequeño. Andar todo el día entre Gozón y Llanera, pero ahora ya estoy acostumbrada”. María Amor Rodríguez Granda es natural de Llanera y en su casa siempre hubo ganadería y mujeres que tiraban también por ella, testigo de ello es su abuela con 91 años: “te crías entre ellas y al final te haces a ello. Es una costumbre, es algo más de la casa”, dice. En ganado de leche, es titular de 30 reses frisonas desde que sus padres se jubilaron en Llanera. Su producción va para Central Lechera Asturiana, de la que es socia.

Por otro lado, dirige de una explotación que antaño pertenecía a su suegro en el concejo de Gozón, con 20 Asturianas de los Valles asiduas a los concursos de ganado. De la familia política, a la que llegó hace 24 años, tomó la afición a los certámenes: “para mí suponen muchísimo y para mi marido más. Mi suegro hace 50 años ya llevaba ganado a la feria de Madrid. Nos contaba como cargaba las vacas aquí en el tren y al llegar a Madrid iban andando por la calle hasta El Retiro. De allí trajo una medalla de oro”, recuerda María Amor, y destaca que “lo que a mí me gusta es verlas allí. Es una satisfacción. Me da igual que lleven un primero o un tercero. Es un hobby y pongo en valor lo que tengo, y quiero que los animales estén bien, las vacas guapas y atendidas.  Esto de los concursos va en gustos. A uno le puede gustar más una que otra y a la inversa. La que te puede ganar en Llanera no lo puede hacer en Pola de Siero. Depende de la persona que juzgue, tienen gustos diferentes”.

Genética

Tras un parón por “circunstancias de la vida”, hace tres años retomaron la participación: San Antonio y Agropec en Gijón, San Agustín en Avilés o el de Pola de Siero, son algunos de los certámenes en los que se podrán ver sus ejemplares cuidados al mimo, que viven en semi extensivo y disponen aptitudes muy elevadas consecuencia de una cuidada genética: “tienes que mirar lo que quieres. Antes no se cuidaba tanto, ahora están inseminadas de semen sexado y se supone que van a salir todas hembras y que van a quedar aquí para recriar”, explica la ganadera. En el caso de no reunir las condiciones, la carne la comercializa a través de Xata Roxa, aunque reconoce que los precios están estancados “como hace 40 años. Los gastos suben, pero la carne está igual”.

Entre sus objetivos está mejorar la raza y cabaña, además para ello contará con relevo generacional. Su hijo, Alejandro Blanco, con 21 años, dará continuidad a esta ganadería centenaria, que apuesta por la calidad de la producción: “lo lleva en la sangre”. Pero todo ello “poco a poco. No hay prisa. Esto lleva años, dinero y mucho esfuerzo”, concluye.