Impulsar la permanencia de las mujeres de cualquier edad en el medio rural con el desarrollo de una actividad rentable constituye, aún en el siglo XXI con el avance tecnológico que ello implica, un gran reto. Las mujeres han soportado a lo largo de la historia a los hombres de manera sacrificada, sometidas a un trabajo colosal que se iniciaba en el hogar y finalizaba tras limpiar la cuadra o después de ordeñar, si había suerte. Siempre desempeñando labores duras y constantes, pero muy dignas. Gracias a estas féminas, que desde la invisibilidad lucharon duro especialmente por sacar a la familia adelante y ser autosuficientes, aunque no disponían de una nómina que lo atestiguase y a la sombra de un matrimonio o patriarcado, conocemos a personas como María Begoña Fernández Gómez o Flor María Del Hoyo Meré, en Llanes, que se han abierto hueco en un espacio, todavía, ocupado mayoritariamente por hombres: la ganadería, y en extensivo.

Quizá a una le costó más, a otra menos, pero lo que está claro es que ellas nunca dudaron de que podrían hacerlo. Incluso a día de hoy, hay quien se digna a detractarlas, a cuestionar su papel dentro de la explotación pero su visión del medio rural desde que tomaron el mando de la ganadería, por tradición familiar, va mucho más allá. Lejos de centrarse en lo convencional, apostaron hace más de una década por la carne ecológica. De hecho, Begoña, con otros cinco innovadores por aquel entonces, impulsó una cooperativa para comercializarla: Bioastur.

Ambas no esperaron a que nadie les diese un lugar sino que se hicieron con el suyo propio.

En Purón

Begoña es una mujer hecha así misma, la vida le brindó la oportunidad de establecerse en otro sector y, sin embargo, ella optó por el campo como medio de vida. A pesar de las adversidades, de un destino que la está poniendo constantemente a prueba, no se rindió ni se rinde, estuvo incluso a punto de morir hace 4 años, por una caída en Cuera “andando al ganáu” que le dejó una cicatriz del tamaño de 18 puntos de sutura, “casi rompo el cuello”. Desde 1992 es titular de una ganadería en extensivo en ecológico con 60 vacas Asturiana de la Montaña, además de yeguas y de una docena de cabras. “A cuidar de las cabras me ayuda mi hermano. Las tengo para que coman los matos porque como estoy en ecológico, las amarro por los bardiales, no puedo echar herbicida”, explica.

En los inicios, tuvo alguna cabeza Asturiana de los Valles, “pero las quité porque hay que vigilar más los partos, las casinas paren solas, y la situación en casa no es para andar de noche por los prados”.

Nos abrió las puertas de su casa, en el núcleo llanisco de Purón, un enclave en el que apenas hay 15 casas habitadas, y en las que en su mayoría tiene lazos familiares. “El pueblo está muy envejecido. Ahora vuelve gente, jubilada, que pasan aquí seis meses”. Escuchando a Begoña hablar, robándole el tiempo y alejándola de sus quehaceres diarios, “por el día es raro que esté en casa”, describiendo un día a día que no entiende de jornadas libres ni vacaciones, que tiene que compaginar con una situación personal complicada con una madre dependiente, se intuye: ella está exactamente donde quiere estar. “Aquí toda la vida tuvimos ganado. Mis padres, mis abuelos, mis tatarabuelos”, comienza, y detalla que “trabajé de cartera y de camarera, pero al final tuve que decidirme porque por el verano ganaba muy bien como camarera pero por el invierno con 8 o 15 vacas no se vivía. Era todo o nada, y elegí el todo”, pero innovando. Es ganadera por vocación, no por obligación.

Hace más de 10 años, a través de unas charlas informativas de la ahora Consejería de Desarrollo Rural y Recursos Naturales y posteriores cursos impartidos por el Consejo de la Producción Agraria Ecológica del Principado de Asturias, COPAE, decidió establecerse en ecológico, recibiendo por ello una prima del gobierno Estatal. No obstante, ante la imposibilidad de comercialización, “los mayoristas no nos compraban, los tratantes al pasarnos al ecológico y cebar nosotros, también nos hacían un poco la Pascua”, y junto con otros cinco ganaderos de la zona, decidieron crear una cooperativa, Bioastur, que hoy ya suma 18 asociados, para distribuir la carne. “La cooperativa va muy bien, luego los cooperativistas en su casa hacen lo que pueden, pero yo estoy contenta de cómo nos va”. Y es que ofrecen lotes a la carta, que puedes adquirir vía online en www.bioastur.com, con un pedido mínimo de 12 kilos. “Se vende muchísimo a particulares y a colegios, uno de ellos de Madrid”.

La sierra de Cuera es ahora su lugar, su ruta, donde tiene el ganado durante tres meses, previa solicitud a Pastos. “Ahora ya empecé a bajar alguna parida a los caminos y según lo vayamos necesitando las meto en los prados”, aunque por terrenos “que no son maquinables, yo no me voy a poner a segar a guadaña a estas alturas, ya pasé por ahí”, suele dejar “a las más viejas”.

Begoña no tiene estacionados los partos de las vacas, sino que “paren todo el año” para disponer de género los 12 meses del año.

En invierno, recoge en cuadra “becerras jóvenes, algún toro, los que más lo necesitan pero la mayoría pasan el invierno fuera” con una alimentación de silo y fardos de hierba, además de pienso ecológico para el recebo, “para que estén más blandos, que sean menos caza”.

Su trabajo, que ha permanecido casi inalterado durante siglos y permite mantener vivos el paisaje y el mundo rural, se encuentra ahora en la encrucijada. Por un lado, los daños causados por la fauna salvaje, es decir, el lobo. “Me veo afectada porque  no vives, con los ‘jatos’, con los potros… los lobos están aquí mismo”, aunque la sierra de Cuera está declarada exenta de lobos. “Los ganaderos sospechamos o que los sueltan o que pasan de Picos de Europa.  Hay sobrepoblación”. Por otro lado, el matorral: “yo soy partidaria de las quemas controladas, nos está comiendo”, asevera. Por su parte, ya en Vivaño, Flor ratifica las palabras de Begoña, “el lobo está en todo lados. Es complicado. A nosotros nos mató terneros”.

En Vivaño

Nos la encontramos a pie de carretera, segando un prado subida a su tractor. La lluvia no la frena, hay que hacerlo o hay que hacerlo. Elabora silo y forraje para el año.

Cuenta con una explotación de 160 reses de Asturiana de la Montaña y Asturiana de los Valles en ecológico, distribuidas entre una nave en Colombres, “donde cebamos 30 terneros”, en el Mazucu, Vivaño y demás comunales del concejo. En su casa también siempre hubo ganado. Lo tuvo claro, la saga familiar ganadera iba a continuar con ella. “Estuve trabajando los veranos en hostelería. Me acuerdo que  me asomaba por la ventana y mirando al Mazucu deseaba que llegase septiembre para volver allí con el ganado”.

Lejos de estancarse, Flor tiene previsto ampliar las instalaciones, ya dispone de la autorización de la CUOTA sólo le falta rematar el proyecto. La nave, en el concejo de Llanes, no será muy grande, “no se puede tener mucho ganado en el mismo sitio, aquí los prados son pequeños, y tener junto todo es mucho trabajo para uno solo”. Cuenta con la ayuda de su marido, en su tiempo libre, trabaja para Central Lechera Asturiana recogiendo leche.

Pero por otro lado, no se plantea aumentar el número de cabezas. Los precios se estancaron: “cuando yo tenía 15 años, mi padre vendía un ternero por el mismo dinero que lo estoy vendiendo yo ahora, que tengo 48”.

Entre risas, reconoce que la venta en ecológico “va bien” y la transformación de lo convencional fue relativamente fácil, pero la burocracia que ello conlleva no. Exige un control muy exhaustivo: “cuando destetas a las ‘jatas’, cuando las pones a cebar, todo”. Lo convencional y lo ecológico: “no tiene comparación. Hay una gran diferencia”, puntualiza.

La valentía es lo que la une a Begoña. Ambas comenzaron con las juntas ganaderas en el concejo llanisco, junto a Marisa la de Llamigu.