La reparación de redes ha sido desempeñada históricamente por agujas femeninas, pero las malas condiciones del oficio hacen que esta profesión ancestral, manual y cualificada, carezca de relevo generacional. Las rederas llevan realizando durante años una labor artesana esencial para la flota pesquera de la región, pero son todavía las únicas trabajadoras del sector que no cuentan con jubilación anticipada, el reconocimiento de una minusvalía y un salario mínimo garantizado. La Asociación de Rederas de Bajura de Asturias (AREBA) cuenta con cinco socias. Son mujeres que aman su trabajo y son conscientes de lo irreemplazables que son sus manos: “no existe ninguna máquina que haga aparejos de pesca. Somos un eslabón imprescindible”. Por ello, no van a rendirse en su lucha solidaria por garantizar unas condiciones laborales dignas tanto para las mujeres que lo precisan ya, como para las que las sucedan. “Si este trabajo estuviera bien pagado, no lo estarían haciendo las mujeres”, resalta Teresa Costales, presidenta del colectivo.

Un barco pesquero no zarpa sin antes la redera revisar y coser los destrozos de la red de pesca; allá donde hay un puerto pesquero hay y habrá rederas. Durante el franquismo, María Chea, una mujer del estuario gallego de Cangas, en Vigo, fue víctima de la humillación pública que en aquella época suponía que te cortaran el cabello al raso. Era redera, y reivindicaba la jornada laboral de ocho horas. Cuentan que, a diferencia de otras mujeres víctimas de aquella agresión, María caminaba por la calle con orgullo sin un pañuelo que cubriera su cabeza. Cuando le preguntaban, ella no dudaba en explicar sin vergüenza el motivo de aquella represalia. Luchaba por su dignidad, por sus derechos, por unas condicionales laborales equitativas, justas, dando voz a aquellas que no la tenían o que no la podían alzar. Y desde entonces, la brega de este colectivo continúa. Cambian las décadas, los escenarios pero no las protestas en un oficio en vías de extinción, invisibilizado por lo masculino.

Las rederas llevan realizando durante años una labor imprescindible para el sector pesquero y hoy en día persisten clamando por mejoras laborales, así como por el reconocimiento merecido a su dedicación: “no existe ninguna máquina que haga aparejos de pesca. Somos un eslabón imprescindible”. Si es cierto que “ahora socialmente estamos un poco más valoradas que antes, y más miradas por las administraciones”, pero aun queda mucha cuerda que trenzar, afirma Teresa Costales, presidenta de la Asociación de Rederas de Bajura de Asturias (AREBA). Esta labor artesana, cualificada y manual, ha sido desempeñada históricamente por mujeres; eran las que se quedaban en casa y debían zurcir los utensilios marineros para el hombre que salía a la mar, “un trabajo que no se valoraba porque se suponía que era lo que debían hacer”. ‘Queremos ser visibles’, ese es su slogan, y lo están consiguiendo.

Según datos del Boletín Anual de la Red Española de Mujeres en el Sector Pesquero un total de 691 personas se dedicaban a esta profesión en 2018 -la última circular se presentó a año pasado en 2019-, 599 mujeres y 92 hombres. Aproximadamente el 80% de las zurcidoras se agrupan en Galicia, pero también en Asturias, Cantabria o País Vasco. En nuestra región, a penas una treintena están alistadas a nivel profesional, pero las que realmente se dedican a ello, “cosiendo, no creo que lleguemos a 15”. De hecho, “somos tan pocas que si solo trabajásemos nosotras la pesca amarraría. No seríamos suficiente mano de obra para mantener el trabajo de las redes de pesca de Asturias”, subraya Teresa, que asimismo destaca el problema de intrusismo que sufren: “más o menos el 90% del trabajo se realiza por jubilados, con precios más económicos,y muchas veces hasta nos falta trabajo a nosotras”. Esta actividad les supone un complemento de subsistencia dado que los retiros del régimen de la mar son muy pequeños.

6 euros la hora

Las mujeres que zurcen las redes en los puertos retuercen su cuerpo horas y horas, sufriendo condiciones climatológicas adversas, el calor en verano y el frío en invierno, a veces a la intemperie, sin horarios fijos ni vacaciones ni un salario fijo a final de mes. Cobran sobre ocho euros -brutos- la hora. O apenas llega a los 24 euros por toda la jornada cuando les pagan por piezas: “si este trabajo estuviera bien pagado, no lo estarían haciendo las mujeres. Si tuviésemos un buen salario, estaríamos peleándonos con los hombres por el puesto de trabajo. Por mucho que creamos que hemos avanzado, hasta que no nos mentalicemos que tenemos que tener un salario igual, que nos permita ser independientes, no conseguiremos un sueldo digno”, apunta la artesana. De hecho, los marineros, la gran mayoría, saben coser redes. “Este oficio se considera un complemento. Por eso, no conseguimos el salario que deberíamos de tener”.

Son las únicas trabajadoras del mar que no disfrutan de jubilación anticipada, y no se les reconoce una minusvalía. La reparación de redes implica pasar muchas horas en naves húmedas y frías en una misma postura, además de la ejecución de movimientos repetitivos y gestos forzados que ocasionan trastornos en los huesos y más molestias físicas graves. “Llevamos mucho tiempo pidiendo un coeficiente reductor. Las rederas somos las únicas del sector que no tenemos la jubilación anticipada -si la disfrutan marineros, estibadores  o las mariscadoras-. A nosotras no nos la conceden porque no reunimos los requisitos, entre ellos de peligrosidad. Desde la Secretaría General lo que nos contestaron es que ninguna redera murió cosiendo”. De hecho, “es muy peligroso cuando se trabaja dentro de un barco”. Ahora ya menos, pero Teresa durante mucho tiempo reparó jábegas a bordo de embarcaciones atracadas en puerto: “en Avilés, que era donde más cosía, tenías que saltar de un barco a otro”, detalla.

Son mujeres que aman su profesión y son conscientes de lo imprescindible de su trabajo. Por ello, no van a rendirse en su lucha solidaria, por garantizar unas condiciones laborales tanto para las mujeres que lo necesitan ya, como para las que vengan detrás. Teresa no tenía vinculación con la pesca. Natural de Villaviciosa, se casó con un pescador, Eugenio González, ya jubilado, y fue entonces cuando se estableció en Lastres y le afloró la afición. A través de un curso organizado por el Ayuntamiento de Colunga, se instauró como redera profesional, y lleva más de 20 años de sus 61 cosiendo redes y aparejos. Lo tiene claro: “Tengo ilusión y ganas, no voy a tirar la toalla tan fácil. Yo ahora mismo si no fuera por el cariño, por el amor al sector, no seguiría. Económicamente no ganaré mucho, pero sientes la importancia de que eres una parte importante, imprescindible en el sector”.

Y es que, Mientras que haya un solo barco que necesite red o cualquier otro aparejo, necesita a la redera. “Se cree que la red viene de la fábrica al barco y nada que ver; no solo se arreglan cuando rompen sino que para amarrarla, desde el minuto cero, se necesita mano de obra artesanal. En una fábrica se hacen redes o cuerdas pero un aparejo, que es unir esa cuerda con plomo o flotadores es hecho a mano”. Así que, “aunque solo exista una embarcación, se necesitaría contar con una redera. Este oficio es totalmente necesario”.

Con alianza gallega

Las gallegas, tras el desastre del Prestige en el año 2002, comenzaron a asociarse para mejorar sus condiciones laborales.  A los pocos años de comenzar a trabajar, Teresa fue invitada a un congreso en Galicia y volvió con “el gusanillo” de confeccionar una entidad de rederas en Asturias. En febrero de 2011 lo consiguió, y hoy la forman cinco mujeres. “También estamos unidas a la Federación de Rederas de Galicia porque así hacemos más fuerza. Nosotras somos muy pocas. En Galicia hay mucha más gente trabajando. Hay más costa, más barcos y más demanda de trabajo. Aquí es más irregular”. El asociacionismo es necesario: “aunque nos cueste mucho hacer las cosas en conjunto, porque geográficamente estamos muy separadas, tenemos una misma lucha. Unidas podemos conseguir lo que por separado es imposible”. Recuerda, que AREBA tardó dos años en lograr acreditar la capacitación profesional en este oficio tan esencial para la flota asturiana, reconocimiento que ya disfrutaban las comunidades vecinas. “En conjunto podemos. Entiendo que animar a la gente a trabajar en este sector es muy difícil. Sólo de coser redes no se vive. Hace unos años hice un curso con 15 alumnos. Les gustaba mucho, pero sólo dos se emplearon y uno de ellos ya está buscando trabajo en otra cosa”.

Teresa se dedicaba al cerco en exclusivo, quedan el Principado cuatro barcos, y ahora remienda todo tipo de redes.  Las artes menores se mantienen. La remuneración varía, el cerco se bonifica por horas y el resto, por pieza. No hay jornada igual; trabaja por encargo. El cerco sale a faenar en la noche, si les surge alguna rotura “te puede sonar el teléfono a las 6.30 horas para que la arregles. Vamos, puede ser cualquier puerto de Asturias, y a pie de puerto la arreglamos. Cosemos durante todo el día e intentamos que esa misma red la tenga lista a la noche para que la puedan volver a llevar”. Este aparejo mide unos 600 metros de longitud y 120 metros de altura y se precisa de trabajo en equipo. Lo común es el remiendo, que los pescadores marcan con un plástico para localizar la rotura. “En los más de 20 años que llevo con la aguja solo trabajé en dos de estas redes nuevas, que cuestan unos 60.000 euros. Lo normal es que cada dos años se vaya reforzando por trozos”.

Los aparejos para volanta se abonan por composición. “En un día, 8 horas de trabajo, por mucho que te muevas no haces más de una y media, y se paga entre 12 a 16 euros como mucho”.

Como complemento a la retribución que percibe como redera y hacer frente a los gastos, como la cuota de autónomos, realiza otro tipo de artesanías como pendientes, collares, llaveros o felpudos con materiales marineros. ‘Las Rederas’, una tienda de efectos navales en el puerto de Lastres comenzó por la necesidad de ocuparse en los meses de primavera cuando los buques viraban al este para la campaña del bocarte. En el astillero que alberga aparejos, hilos y cuerdas para su tejido, instaló el negocio. También realiza visitas turísticas explicando historia y quehacer de un oficio que se nos antoja en declive. “Futuro tiene, pero es muy difícil vivir de ello”, sentencia.

En Luarca

Aurelia Rodríguez es natural de Luarca. De familia marinera, no fue hasta que realizó un curso a través del Servicio Público de Empleo que se tropezó y enamoró de la profesión. De aquello hace 30 años y desde entonces no paró de tejer. “Antes, cuando salíamos de la escuela, a las que no íbamos al instituto o nos ponían a las redes o a la costura. A mi hermana la pusieron a la red y a mi al pespunte”, -ríe-.

A puertas de la jubilación, cumplirá los 64 años en julio, se confiesa una enamorada de su trabajo, “a veces empleas muchas horas, pero al final merece la pena”.

Es miembro de AREBA e anima a las compañeras a unirse, a agruparse contra la discriminación y para dignificar las condiciones laborales de un oficio completamente artesano.

Se ocupa de los aparejos de bajura. “Ahora tengo a mi madre dependiente y no puedo dedicar las 8 horas pero intento compaginarlo”.

Compartía labor con su hija, Blanca María, pero debido a la escasa remuneración y la precariedad decidió cesar en la actividad.