El mugido de una vaca se escucha en mitad de una explotación ganadera en Nieres, concejo de Tineo. La Asturias rural se siente en un terreno donde se lleva a cabo la producción de leche. Un lugar donde reina la calma, que converge con el esfuerzo, tesón y sacrificio de unas manos que se resisten a dejarse vencer por los tiempos duros y difíciles. Es mujer. Es joven. Es ganadera, y ajena al qué dirán. Ana Fernández Rojo, a sus 32 años, sabe bien lo que supone gestionar una ganadería, una actividad sujeta a los vaivenes del mercado y de la meteorología. Lleva cinco años incorporada al sector agrario, aunque lleva toda su vida mamando la ganadería. Apasionada del medio rural y los animales, reconoce estar donde quiere estar a pesar de la crudeza del oficio y “de que cada día nos lo ponen más difícil. Hay exigencias muy absurdas y no se dan cuenta de que si una ganadería echa el cierre ya no volverá abrir. Tienes que tener las ideas muy claras para instalarte, modernizar y poder continuar. Los incrementos en los costes, tanto en maquinaria como de equipamiento, son desmesurados”. Ella no se rinde aunque reconoce que está “algo desilusionada. Te lo ponen complicado. Estamos trabajando de sol a sol y no te lo valoran. El precio de la leche es el que es y todo sube. Yo realmente quiero tirar por esto”.
No hubo titubeo. El gusto por la ganadería dicen que no es algo que se aprenda, es un oficio sacrificado y poco valorado. Viene en la sangre, se nace con ello, se hereda. Es mucho más que un trabajo: es una forma de vida. “Nací y me crie aquí. Siempre tuve muy claro que quería dedicarme a la ganadería. Llevo aquí toda la vida y aquí seguiré mientras se pueda”. Y es que una cosa es la incorporación, que fue en 2017 tras jubilarse sus padres, Rosa Rojo y Enrique Fernández, y otra el trabajo. Llevo ayudando en la explotación toda mi vida, hasta que a los 17 años, tras finalizar el Bachillerato, me metí aquí de pleno”. De hecho, recuerda que ya de niña, en edad escolar, estaba pendiente de los quehaceres de la explotación. “Tenía de venir del colegio y avisar a mi padre de que había que recoger esta y aquella vaca porque estaban para parir. Ya intentaba manejarlo todo, en cuanto podía escapaba para la cuadra”, ríe, y aclara que “como te gusta, lo llevas contigo, intentabas estar al tanto de todo; si a algún animal le faltaba agua o había que mover algunos animales a otro prado. Lo intentaba controlar todo”.
Ninguna circunstancia la amedrentó. Esta profesión es dura, poco comprendida y que más sinsabores da a quien la desarrolla. Dura porque no hay descanso. Las vacas no entienden de descansos. Los 365 del año se dedican casi en exclusiva a las labores requeridas en la ganadería. Cuenta con una cabaña de 140 cabezas de raza Frisona, de las que 70 están en ordeño. Producen unos 3.500 litros cada segundo día que entrega a Central Lechera Asturiana. Las madres están estabuladas, “el resto, salvo que venga un invierno muy malo, están fuera por los prados”.
Menos comprendidas, porque hay un sentimiento no generalizado, pero sí importante, de que la gente del campo vive de las subvenciones despreciando y minimizando un trabajo que requiere mucha implicación y esfuerzo por producir un artículo de calidad y de primera necesidad. Ana se ocupa sola del manejo del ganado y de cultivar y preparar su alimento. “Molemos el maíz y la cebada, no usamos pienso granulado, y hacemos silo de hierba, alfalfa, maíz, cebada y soja. Es mucho trabajo pero es materia prima, además de influir en la calidad de la leche algo se ahorrará”. Con lo que, a las casi cuatro horas entre la mañana y la tarde metida en la sala de ordeño hay que sumarle en campaña las numerosas horas de tractor en una jornada laboral que la ganadera comienza a las seis y media de la mañana porque, además no hay que olvidar las labores de casa y el cuidado de sus dos pequeños, Hugo y Borja, de 9 y 7 años respectivamente. Aunque si es cierto que “mis padres me valen mucho para los críos pero con la ganadería no. No quiero. Quiero que vivan ahora que están jubilados lo que no vivieron antes por tanto trabajar”.
Modernización
Y sinsabores, porque no hay una regla de tres que te diga que invirtiendo todo tu tiempo y todo tu capital consigas lo que quieras. Todo lo contrario, hay una serie de circunstancias que hacen del profesional del sector primario un ser siempre expuesto a vicisitudes ajenas a él, como las condiciones climatológicas o las enfermedades en animales que pueden echar por tierra una granja. Sin embargo, y conocedora del terreno, Ana no tiene duda y “apuesto enormemente por el sector y mi medio de vida”. Es más, entre sus proyectos futuros, que “ya estamos mirando”, se encuentra la modernización de sus instalaciones con un robot de ordeño que requiere a su vez levantar una nueva nave.