El porvenir de la ganadería

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El mugido de una vaca se escucha en mitad de una explotación ganadera de Brañatuille, un pequeño y remoto enclave de la parroquia de Balmonte, término municipal de Castropol. La Asturias rural se siente en un terreno donde se lleva a cabo la producción de carne. Un lugar donde reina la calma conjugada con el tesón, esfuerzo y sacrificio de Ainara Armada García, que con tan solo 18 años tiene los objetivos bien marcados: “tengo afición por las vacas desde muy pequeña y cuando acabe de estudiar, porque lo primero es la formación, espero ponerme al frente de la ganadería”. Una explotación familiar, dirigida por su tío, José María García, y en la que ella colabora. Cuenta con una cabaña de unas 100 cabezas Asturiana de los Valles en aptitud culón o doble grupa en extensivo. “Están todo el año fuera, su alimento principal es pasto,  salvo las que están paridas que en los meses más fríos del invierno se guardan”, cuando las reses se alimentan de silo y pienso en la cuadra. Los ‘xatos’ suelen mamar dos veces al día”.

Puede resultar extraño porque gran parte de los jóvenes escapan del entorno rural al alcanzar la mayoría de edad. Migran hacia las ciudades en busca de alternativas formativas y más oportunidades laborales. Este éxodo provoca que muchos negocios familiares vinculados al sector primario queden huérfanos, con su continuidad comprometida. La situación lleva décadas provocando el envejecimiento de los profesionales dedicados al campo. Según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, solo el 8,6% de los propietarios de una explotación agrícola o ganadera tiene menos de 40 años. La España vaciada es la cara más visible del abandono del mundo rural. El 15,9% de la población española -7.538.929 personas- habita municipios de menos de 30.000 habitantes con una densidad poblacional inferior a 100 habitantes por km². El sector primario es una pieza clave para fijar población y vertebrar estos territorios. También constituye una palanca en la generación de riqueza. La clave es conquistar a los jóvenes, que vean que en el medio rural tienen tanto o más futuro que en la ciudad. Y por supuesto que “lo tiene. No imagino mi futuro fuera de la ganadería, no me imagino una vida sin los animales”.

A su mayoría de edad, esta joven gestiona el plan sanitario, los cuidados veterinarios cuando no requieren la presencia de un profesional especializado, “si conocemos la dolencia que tiene el animal y tenemos la medicación adecuada  entonces las trato yo”, las labores burocráticas, “dar de alta o de baja las vacas”, atiende los partos o ceba las vacas, entre otras funciones. Ahora, época de hierba también toca arremangarse.

Y es que desde que tiene uso de razón está entre animales. “Nací aquí. Me criaron mis abuelos, Esther y Severino. Cuando tendría dos o tres años, como no me podían dejar sola en casa porque era muy pequeña, me envolvían en una manta de noche y me llevaban con ellos a la cuadra cuando una vaca se ponía de parto”.  Incluso “me acuerdo que una vez, una de las mejores vacas de la ganadería no era capaz de parir. Me levanté con mucho remango y le pregunté que por qué no paría, que yo la iba a ayudar”, ríe.

Estudió un ciclo formativo de Auxiliar de Veterinaria. Ahora, está cursando, en grado superior, uno de Enfermería Veterinaria en modalidad online que le permite continuar con las labores diarias de la cuadra. Cuando finalice, “si todo va bien”, le gustaría seguir con estudios universitarios en Veterinaria especializándose en grandes animales.  Afianzando unos conocimientos que “podré aplicar en mi ganadería y en la de otros compañeros, todo sea por ayudar y apoyar al sector”.

A pesar de su juventud, asevera y recalca que “siempre lo tuve claro. Aunque el futuro es incierto, en estos momentos el sector está complicado, lo mío es vocación. Mis abuelos me entienden. Les gusta que estudie pero saben que mi prioridad es incorporarme a la ganadería”. De hecho, con tres años acompañaba a Severino al monte a ver cómo estaban las vacas.

Son tiempos difíciles, sí. El trabajo muy duro y la rentabilidad inestable pero “se sale adelante”. Nos cuenta que cuando sus abuelos se casaron tenían una vaca, que tuvieron que enfrentarse a dos vacíos sanitarios por brucelosis y aun así no se rindieron y erigieron una “gran ganadería. Su hogar, Casa Mingón, y criaron a sus dos hijos y a sus dos nietas”.

Conocedora de que no hay una regla de tres que te diga que invirtiendo todo tu tiempo y todo tu capital consigas lo que quieras, más bien todo lo contrario, hay una serie de circunstancias que hacen del profesional del sector primario un ser siempre expuesto a vicisitudes ajenas a él, como las condiciones climatológicas o las enfermedades en animales y ahora, la fauna salvaje, “no me veo en otro lugar que no sea aquí. Reivindica que “la caza imprescindible para combatir enfermedades de transmisión”, y resalta que “la protección al lobo ha sido un auténtico error”.