Con su luz y sus sombras

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Más de un tercio de la población mundial lo componen mujeres. Según la Organización de Naciones Unidas, representan un 43% de la mano de obra agrícola y ganadera y contribuyen a garantizar la seguridad alimentaria de sus comunidades y a luchar contra el cambio climático. La ONU denuncia la discriminación que sufren estas mujeres enfrentándose a barreras y normas sociales discriminatorias que hacen de su labor invisible y a menudo sin remunerar. Si rebuscamos entre las fotografías de nuestros antepasados, especialmente de las mujeres que nos precedieron, resaltaría el trabajo en imágenes de madres, hijas y esposas desempeñando papeles de cuidadores de hijos, mayores y enfermos, de cocineras laboreando entorno a los fogones antes de ir a labrar el campo o de costureras remendando trajes de faena o arreglando bajos. Todo ello antes y después del ordeño y manejo de las vacas y de dejar a la noche la cuadra limpia para empezar la faena bien temprano a la jornada siguiente. Labores en la sombra y en silencio. Aun queda recorrido, pero hoy su trabajo se va reconociendo, se le da visibilidad por sus diferentes desempeños llevados a cabo con enorme profesionalidad pero que aun están ocultos y poco valorados. Mujeres que con esfuerzo, tesón y sacrificio sacaron sus casas, sus explotaciones, adelante. Ellas no eran las titulares pero eran las que se quedaban en casa a cargo de todo. En esta historia, nuestra protagonista consiguió darle un giro a su biografía. Creció ante las adversidades y supo reconducir la ganadería acorde a las circunstancias. Llegó a manejar 64 vacas entre pequeño y grande, hoy suma 51. No se rindió, supo adaptarse y mantener un  modo de vida ancestral y tradicional, el que la sostuvo desde la cuna.

Y es que, aunque cuenta con la ayuda de su marido, Pepe, y su hijo, Rubén, durante los fines de semana, las labores entorno a la cuadra y las reses son asunto de ella. Cogió el relevo de sus padres, Manolita y Florentino, y éstos de los suyos, y desde hace casi tres décadas está al frente de una explotación mixta  de carne y leche en el concejo de Valdés. Josefina Gonzáles Fernández nació en el núcleo valdesano de Villar de Ayones, y allí continúa. Recuerda su niñez en el establo y ver “como mis padres en cuadras, de aquella muy pequeñas, ordeñaban a mano” o “yendo con el caballo a buscar verde por las tierra que iban segando mi padre y mi madre” pero la vida en la ganadería tiene sus matices: “me gustan los animales, las vacas y el poder trabajar al aire libre. Eso no quiere decir que si volviera a empezar la vida lo hiciese con las vacas, no porque no me guste el trabajo pero es una profesión muy machaca”, resalta la titular de Casa Olaya, nombre que heredó una de sus nieta, que asevera que hoy en día “tendrían que darlos una fórmula para sobrevivir”.

Y es que, “recuerdo que cuando mi padre llevaba la explotación, hace 29 años, y de la que colaboraba con ellos aunque no era la titular, vendía ‘xatos’ a 70.000 o 75.000 de las antiguas pesetas. Ahora no solo es que bajaran el precio de nuestras producciones sino que los costes se elevaron muchísimo. Con el precio de la leche, más de lo mismo”.

El día a día

A sus 61 años, su día comienza a las cinco de la mañana, aunque reconoce, entre risas, que me “levanto a esa hora por mi marido. Tiene que coger el camión muy temprano y yo en ese aspecto soy de las antiguas, de las de antes, preparando el café y el pincho”. No obstante, “ya no me acuesto y aprovecho para hacer cosas por casa. Las labores que nos impusieron a las mujeres”. Una vez en la cuadra, se pone a limpiar todos los comederos “de las dos hiladas tanto de las frisonas como de las ‘roxas’ y les doy el pienso. Limpio las parrillas y ya me pongo a ordeñar”. Con un ordeño directo de cuatro puntos extrae la leche a 22 madres que producen cada segundo día 1.375 litros. Y así, de vuelta a la tarde. Sin olvidar amamantar a los siete ‘xatinos’ que ahora tiene en la cuadra y mientras tanto, y después de sacar el ganado a pastar, “cojo el tractor y ya voy a los prados. Los limpio, siempre hay que sulfatar las hierbas malas y la maleza, poner y revisar los pastores”.

Es mucho trabajo. Son trabajos duros y sacrificados: “es un trabajo al aire libre y a mi me gusta esa libertad de estar con la naturaleza y los animales. Te organizas los horarios  pero es muy sujeto. No hay fines de semana y el trabajo hay que llevarlo a cabo, no espera”.

Aunque nos reniegue y nos hable de volver adaptar la explotación a sus circunstancias actuales, dado que debe cuidar de sus progenitores, con 87 y 85 años y delicados de salud, denota que Josefina está donde quiere estar. “Fui y soy una persona feliz, y esta profesión para sobrellevarla tiene que ser vocacional”. Además, “hoy en los pueblos tenemos nivel de vida. Lo único que nos mata a los ganaderos son los precios”, concluye.